viernes, 20 de enero de 2012

Cuarta fase: depresión

Por Isabel García  psicóloga.


            Cuando el enfermo de ELA no puede seguir negando su enfermedad, cuando empieza a tener más síntomas o se debilita y adelgaza... su insensibilidad, su ira y su rabia pronto serán sustituidos por una gran sensación de pérdida.
Al tratamiento y a la inmovilidad progresiva se añaden los gastos de los aparatos y  adaptaciones que progresivamente irá necesitando... y que, dicho sea de paso, la asociación intenta dar solución de la manera más individualizada y económica posible. A esto puede añadirse la pérdida de empleo debido a las muchas ausencias o a la incapacidad de trabajar: cuando el enfermo es el padre, las madres y esposas han de salir a trabajar para ganar el sustento de la familia privando a sus hijos de la atención que antes les dispensaban; cuando son las madres las enfermas sus hijos tendrán que ir a vivir fuera de casa o ser atendidos por personas que casi no conocen, esto aumenta la sensación de tristeza y culpabilidad de las enfermas. A todo esto se añade la sensación de que muchos de sus sueños no han podido hacerse realidad.
Todos los que tratamos con estos enfermos conocemos estas razones de depresión; una persona cercana y comprensiva, usualmente el cónyuge o un buen amigo,  descubrirá fácilmente la causa de la depresión y podrá aliviar algo el sentimiento de culpabilidad o de vergüenza excesivas que suelen acompañar a la depresión. Su ayuda es fundamental para mantener la autoestima del enfermo así como para poner en marcha la reorganización de la familia especialmente cuando se ven afectados niños o personas ancianas y solas.
Hay dos tipos fundamentales de depresión, una reactiva que es consecuencia de la pérdida de algo pasado y otra que es previa a pérdidas inminentes.
En el primer tipo de depresión el enfermo tiene mucho que compartir y necesita muchas comunicaciones verbales e intervenciones activas por parte de distintos profesionales.
Nuestra reacción inicial ante las personas que están tristes, generalmente es intentar animarlas, decirles que no miren las cosas desde esa óptica tan negativa... y a la vez motivarlas para que vean la parte positiva de la vida, el lado alegre de lo que les rodea. Esta reacción nuestra es, con frecuencia, expresión de nuestras propias necesidades, de nuestra incapacidad para tolerar una larga enfermedad durante un periodo de prolongado de tiempo pero puede ser una actitud útil cuando se trata del primer tipo de depresión en los enfermos de ELA.
El segundo tipo, es decir, cuando la depresión es un instrumento para prepararse a la pérdida inminente de los objetos de amor, entonces los ánimos y seguridades no tienen tanto sentido para facilitar la aceptación de la enfermedad... sino que su efecto es el contrario. El enfermo en esta fase necesita que se le permita expresar su dolor y así encontrará mucho más fácil la aceptación final y estará agradecido a los que se acerquen a él durante esta fase de depresión sin decirle constantemente que no esté triste. Este tipo de depresión, generalmente, es silenciosa, en el dolor preparatorio no se necesitan palabras o se necesitan muy pocas: sentarse al lado del enfermo, acariciar la mano, una mirada... son unos momentos en que las excesivas visitas que tratan de animarle dificultarán su preparación psicológica en vez de ayudarle.
            Es la discrepancia entre los deseos y disposición del enfermo y lo que esperan de él los que le rodean lo que causa el mayor dolor y sufrimiento a los enfermos de ELA. Si los profesionales que tratan  con el enfermo llegaran a ser conscientes de esta discrepancia o conflicto entre el enfermo y los que le rodean (fundamentalmente la familia y amigos más cercanos) podrían compartir sus conocimientos con los familiares-amigos y ser de gran ayuda para todos. Esta depresión es necesaria y beneficiosa para llegar a la fase de aceptación.

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